Entre Ríos (Gimena mirantes, para La Tierra Sin Mal). Gracias a la polémica desatada recientemente por la instalación de las papeleras en Uruguay, hoy sabemos que todas las fábricas de celulosa que hace décadas funcionan en la Argentina contaminan igual o más que las ya famosas Botnia y Ence.
Sin embargo, nada se ha dicho aún sobre las razones que posibilitaron que este peligro concreto se mantuviera oculto a la opinión pública durante años.
Los problemas ambientales reales que generaron y siguen generando las papeleras locales no llegaron nunca a los medios masivos y, menos aún, lograron una porción del impacto en la comunidad que provocaron fábricas que aún ni siquiera funcionan del otro lado de la frontera, sólo por el riego virtual que representan. Obviamente, esto no es obra de la casualidad.
Las papeleras locales, entre las que se cuenta Papel Prensa de San Pedro, tradicionalmente hacen un fuerte lobby en los medios, sobre todo en los diarios, para pasar desapercibidas. Pero tampoco hay que caer en una explicación simplista.
Hoy por hoy no existen metodologías absolutamente limpias. Aunque, indudablemente, hay avances importantes en la reducción de la emisión de contaminantes protagonizados tanto por empresas como por las legislaciones de los Estados.
Los esfuerzos que a este nivel desarrollan las papeleras europeas ubican a estas compañías entre aquellas punteras a nivel mundial en metodologías
de minimización de impactos ambientales en la actividad de producción de pasta de papel.
En contrapartida, la gran mayoría de los establecimientos locales no operan con tecnologías limpias, pero hasta ahora sólo fueron blanco de denuncias aisladas. Sucede que los vecinos afectados por la contaminación permanecían en silencio por desconocimiento o por temor al cierre de las fuentes de trabajo.
Refiriéndose a alguna de estas plantas, un dirigente gremial papelero argentino afirmó no hace mucho: “Hace medio siglo que la fábrica funciona en las mismas condiciones, y ahora que el país está envuelto en crisis y faltan fuentes de trabajo no se puede pretender frenar la ocupación de cientos de familias papeleras. Aunque todos conocen de la contaminación que la fábrica produce”.
Los ecologistas explican que muchas de estas plantas se instalaron en la Argentina antes de que se desarrollara el cuidado ambiental.
Sin embargo, desde que comenzó la resistencia a la instalación de las fábricas en Uruguay, la Argentina debería comenzar a preocuparse por todas las papeleras.
Celulosa Argentina, por ejemplo, contamina lomismo que cualquier otra planta de papel, ya que casi todas usan tecnologías similares.
Pero cuando se instaló hace años en Capitán Bermúdez, provincia de Santa Fe, no había siquiera conciencia ecologista, lo que le permitió pasar desapercibida mucho tiempo. Hoy en día goza del privilegio de estar en pleno funcionamiento, y ese mismo statu quo es el que la mantiene alejada ahora del ojo de la tormenta.
La bolsa o la vida
En los últimos tiempos, a partir de que la sociedad comenzó a darse cuenta de que estaba frente a una encrucijada: ya que si se terminaba cerrando la empresa por contaminación se perdían fuentes de trabajo, las protestas siempre resultaron tibias. De todos modos, un informe elaborado por Greenpeace hace algunos años demuestra que Celulosa Argentina contamina.
No hay que ser policía ambientalista ni bioquímico para advertir que los líquidos que se acumulan al pie de la barranca donde Celulosa tiene su fábrica no podrían ser embotellados como agua potable.
Se ven varios desagües: uno, contenido por una canaleta; otro, en forma de cascada, como si fueran saltos; y el más desagradable, un par de caños que despiden una masa líquida espesa y negra.
Greenpeace analizó los efluentes vertidos al río Paraná por la planta de Capitán Bermúdez e identificó la presencia de numerosos contaminantes. Muchos de estos tóxicos son persistentes y se bioacumulan en los organismos vivos.
Entre los compuestos presentes en las muestras se encontraron cloroguaiacoles o metoxifenoles clorados, dicloro y tricloro fenoles, metoxifenol, alquilbencenos, sulfuro de dimetilo, 2-formil-5-metil-tiofeno, una serie de hidrocarburos de cadena larga y el compuesto volátil cloroformo (triclorometano).
"Todos estos contaminantes provocan un amplio espectro de efectos tóxicos sobre los ecosistemas acuáticos y sobre la salud humana", señala el estudio de Greenpeace. "Estos últimos incluyen desde acciones teratogénicas, depresión del sistema nervioso central, daños en los riñones y el hígado y cáncer", detalla.
Los daños a la salud humana de la región causados por la concentración de contaminantes en los cuerpos de los peces que forman parte de la dieta, no han sido evaluados.
Sin embargo, se sabe que muchos de los elementos hallados en los efluentes de esta empresa son sumamente tóxicos y no se degradan fácilmente, provocando que su permanencia en el agua, los sedimentos y los organismos acuáticos resulte en una amenaza que se prolonga durante años.
La presencia de la mayoría de los mencionados contaminantes es consecuencia del empleo de cloro para el blanqueo de la pasta de papel. Sin embargo, los ecologistas sostienen que existen tecnologías disponibles para el blanqueo que no involucran la producción de esos contaminantes orgánicos persistentes.
La diferencia entre el sistema que arroja cloro a las aguas y el que no arroja cloro es una cuantiosa inversión industrial. En la Argentina y el Uruguay de hoy el métodp es más simple: tiran directamente “todo al río”, casi sin inversión tecnológica que evite la contaminación. Las papeleras europeas, a diferencia de las actuales empresas de celulosa rioplatenses, tienen mayor tecnología y utilizan un sistema algo menos contaminante que el bárbaro que se usa por estas costas.
Como si esto fuera poco, hace unos meses el característico olor que produce la papelera de Capitán Bermúdez tornó el aire casi irrespirable, y casi un millar de alumnos de dos escuelas de esa ciudad debieron ser evacuados en forma preventiva, así como numerosos vecinos que tuvieron que abandonar sus casas debido al intenso olor y a las molestias que padecieron a causa de emanaciones industriales. Los síntomas fueron parecidos a los efectos de los gases lacrimógenos, con irritación en los ojos y en las vías respiratorias.
De las tres fábricas de celulosa misioneras, Papel Misionero y Pastas Celulósicas Piray son plantas vetustas que hace décadas vienen contaminando al ambiente. Alto Paraná es una planta moderna y similar a las que se pretende instalar en Uruguay, con tecnología finlandesa de última generación: el blanqueo con dióxido de cloro (ECF, por sus siglas en inglés).
Por su parte, los residuos químicos sólidos y líquidos que arroja al río Paraná la empresa Pastas Celulósicas Piray (PCP) en forma ilegal son altamente peligrosos tanto para el ambiente como para la población, y requieren un tratamiento inmediato. Esas son las conclusiones de un estudio elaborado hace pocos años por la Facultad de Ingeniería de Oberá, y que también coinciden con el informe de Greenpeace, dado que la operatoria de Celulosa Argentina y Pastas Celulósica Piray son similares.
Residuos peligrosos
La Facultad realizó una clasificación de los desechos. Los residuos sólidos, especifica el documento, se dividen en dos categorías: los orgánicos y biodegradables (como trozos de madera, astillas, aserrín); y los inorgánicos (provienen de la manipulación de los insumos de piedra caliza y azufre).
Sobre los residuos líquidos, el informe advierte que son altamente peligrosos. Se caracterizan por ser perdurables en el ambiente y tener alta movilidad, o sea que se distribuyen en todo el medio (suelo, agua y aire), lo que hace que se los encuentre en lugares remotos de los sitios donde fueron originados. "Se trata de PH (una sustancia que se utilizaría para blanquear la pasta de papel), sólidos totales, sulfuros y sulfitos", indica.
Estos residuos líquidos arrojados al Paraná se potencian en cadena atrófica, o sea alimentaria, especialmente en los peces. Un caso de bioacumulación se daría cuando se consumen los peces que incorporaron estos contaminantes a su organismo.
Según la ley, las empresas deben tratar los efluentes químicos que generan antes de arrojarlos al río. Estos procesos requieren de desembolsos muy importantes, una de las razones por las cuales muchas veces se pasa por alto la legislación medioambiental, sostienen los especialistas.
Pero más allá de la resistencia a la instalación de las papeleras en Uruguay, todavía no se dio una masiva toma de conciencia para que la mirada se vuelva muy crítica hacia todas las plantas que usan tecnologías contaminantes.
Sería necesario que el Gobierno vea lo que pasa adentro de la Argentina con la producción de celulosa y papel, y se plantee por primera vez el abandono de la producción con cloro, tan contaminante para nuestros recursos.
FUENTE: Linea Capital